Era mi padre un luchador incansable. Muchas veces pienso en cómo verá desde arriba nuestra lucha particular en la que decidimos no hacer nada (más) por esclarecer su accidente. En como decidimos que la mala fortuna y no el otro accidentado eran los culpables de su muerte. En cómo decidimos no tirar adelante ningún proceso judicial más allá del pertinente que intentó saber algo más sólo con la (poca/nula) ayuda del otro implicado. En cómo llegamos a conocer a las 6 personas que lo atendieron o estuvieron en aquel macabro lugar, pero decidimos que con su explicación era suficiente. Que lo que tocaba era recomponerse uno mismo, recuperar algo de nuestras vidas, y no cargar toda la rabia y dolor contra alguien que, nunca lo sabremos, quizá simplemente se encontró en el lugar equivocado la hora equivocada.
Creo que mi padre, luchador incansable, hubiera hecho las cosas de otra manera. No por ello me siento mal. Éramos diferentes. El pasado miércoles me fui con mi madre a Hacienda, pues teníamos un requerimiento a nombre de Rafael Picón. De esos viajes que todavía me sorprendo yendo en coche, pues toda la vida me moví en transporte público. Sacarse el carnet de conducir a los 40 es tremendo.
Durante los 9 meses que habían pasado desde la muerte de mi padre, mi madre nos recordaba que él había presentado un recurso contra una de sus declaraciones de la renta. Mi madre no sabía ni cómo, ni dónde ni de qué se trataba, pero tenía guardado eso muy adentro.
Al llegar a Haciendo, intuyo que ambos sabíamos lo que venía, pero cuándo nos dieron la carta, mi madre no pudo evitar romper a llorar y yo, que no lloro más que debajo del cerezo, no pude evitar volver a sentir el dolor de la herida abriéndose de nuevo de un lado a otro. Y eso que venía de 11 días de gira en los que había reconectado por primera vez de nuevo con mi yo pasado. Había disfrutado, me atrevería a decir.
Cogí la carta con cierto temor y empecé a leer. El recurso de mi padre había sido aceptado, todo lo que había presentado era correcto, y le devolvían una cantidad de dinero, pequeña y quizá simbólica, pero que representaba su última victoria. La última victoria de Rafael Picón.
Mi padre, luchador incansable, no sé que opinaría de nuestras decisiones en todos estos meses. Supongo que todos estamos luchando a nuestra manera. Pero nuestra lucha nunca parece ser suficiente. Quizá nosotros también somos luchadores incansables, como él. Quizá no.
Duele decir que toca celebrar su última victoria, conscientes de que no habrá más. Va por ti, padre.
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